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MÚSICA, CEREBRO Y HORMONAS, UNA RELACIÓN MUY ESTRECHA

Actualizado: 1 may 2020


Tu oído y tu cerebro, y por tanto tus sentimientos, están más conectados de lo que puedes imaginar. La música llega a nuestro cerebro y allí se producen ciertas sustancias que acaban generando desde sentimientos placenteros hasta de tristeza o incluso miedo. Te descubrimos algunos detalles de esta compleja relación.

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La música afecta a tus emociones

Esto lo saben muy bien en el mundo audiovisual. Si has probado alguna vez a ver la misma escena de una película con distintas melodías de fondo, te habrás dado cuenta de la importancia de la música. Encontramos el ejemplo en el cine de terror, donde el sonido es empleado para generar suspense y angustia. Esto es debido a la reacción de la amígdala cerebral ( un grupo de neuronas situado en el lóbulo temporal del cerebro) y que nos predispone a entrar en estado de alerta ante el estímulo sonoro.

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Un cerebro musical

Capacidad de percepción, movimiento, coordinación o audición, son algunas de las virtudes esenciales de un buen músico e implica que su cerebro cuente con algunas partes especialmente desarrolladas. Por ejemplo, en ellos, ambos hemisferios del cerebro se encuentran altamente conectados mediante una estructura de fibras nerviosas que se agrupan en el denominado cuerpo calloso. También cuentan con un buen desarrollo del cerebelo, que es la parte encargada de la percepción del ritmo.

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La música amansa a las fieras

Es sabido que escuchar música puede tener un efecto tranquilizador y es por ello que la musicoterapia, en el campo de la psicología, es una disciplina con un desarrollo cada vez más amplio. La explicación del dicho popular está llena de ciencia. La música actúa sobre el hipotálamo, el núcleo de accumbens y el área tegmental ventral, lo que activa los centros de recompensa y placer de nuestro cerebro. También estimula la producción de oxido nítrico, una sustancia vasodilatadora; la liberación de serotonina; y ayuda a reducir los niveles de cortisol, la hormona responsable del estrés y la ansiedad.

Foto: iStock

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Es triste pero me gusta

Aunque puede sonar contradictorio, es verdad que algunas personas disfrutan escuchando canciones tristes. Esto es debido a otra hormona, en este caso la prolactina, segregada por nuestro cerebro cuando sentimos tristeza para producirnos un sentimiento de consuelo.

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Anhedonia musical

También existen personas a las que no le gusta la música, pero no es que sean bichos raros. Tampoco se trata de una enfermedad, si no de un trastorno conocido como anhedonia musical. Este trastorno impide sentir placer a quien escucha la música y parece estar relacionado con las vías nerviosas que relacionan el oído con el sistema de recompensa de nuestro cerebro.

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No puedes quitarte esa canción de la cabeza...

Seguro que te ha pasado, aunque detestes la canción. Sobre todo con las melodías de algunos anuncios. La respuesta se encuentra en la llamada corteza auditiva del cerebro y sucede porque nuestro órgano pensante intenta ordenar la información. En ocasiones, tratándose de la música, interpreta que hay trozos de la melodía incompletos, por que procura llenar los espacios que le faltan y la repetición es la manera que tiene de buscar las piezas que no tiene. La publicidad acude mucho a esta "jugarreta" de nuestro cerebro para crear un vínculo y así hacer que pensemos todo el rato, de alguna manera, en el producto que están intentando vender.

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Mi voz no suena así

Aunque te escuches raro en una grabación, hemos de decirte que esa es tu verdadera voz. Esto es debido a que el sonido del exterior es percibido por tu tímpano y oído interno, que al vibrar, envía la información al cerebro para ser interpretada. Sin embargo cuando hablas, la vibraciones internas de nuestro cuerpo, de las vías respiratorias y las cuerdas vocales se añaden a la sinfonía que tu cerebro interpreta como tu voz. De ahí que cambie la percepción a pesar de que sea la misma.

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La música nos une

Cuando varias personas escuchan a la vez un mismo tipo de música, esta es susceptible de estimular sus neuronas cerebrales de la misma manera, dando lugar a una especie de sincronización que puede desembocar en una experiencia o conexión emocional compartida a través del ritmo. Los ejemplos más habituales son los conciertos de música o los ejercicios sincronizados de algunas disciplinas olímpicas. De hecho, esta también puede ser la razón por la que en muchas culturas, a la hora de una batalla, los ejércitos contaban con tambores de guerra u otros instrumentos para sincronizar de alguna manera a los combatientes y acrecentar la valentía de los luchadores.



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